Último domingo.
Siempre los domingos para mí, tuvieron ese no sé qué nostálgico indescifrable. Y ese en especial. Claro, no era un domingo más. Era el último. El último antes de todo. Y para colmo llovía.
Al día siguiente empezaba el resto de mi vida. Esa nueva vida que por elección había decidido seguir.
A eso de las siete de la tarde me encerré en mi pieza, deje que sonara de fondo un compilado acústico de las pastillas del abuelo, que me seguía a todos lados esas últimas horas y puse la pava para algunos mates. Decidí armar una especie de ritual y concentrarme en armar la mochila. Esa mochila me iba a acompañar a vivir en las siguientes horas, por el resto de vaya a saber cuántos de mis próximos días. Entre mate y canción me tildaba y pensaba, que debía llevar y que debía dejar, y todo se volvía una decisión difícil y de mucho análisis, mientras de fondo la letra de la canción escupía: "como hacer que quiera estar sin vos...". Deje asomar un par de lágrimas de miedo y nostalgia disfrazadas de alegría y entusiasmo mientras doblaba la ropa y trataba de encastrarla en la mochila de la forma más prolija que se pudiera. (Imposible). Y pensaba. No paraba de pensar. Definitivamente no era un domingo más. Seguía lloviendo.
Seguí con el ritual de la mochila, me sentía de todas las formas en que alguien se puede sentir cuando sabe que tiene un plan, sin tener uno en realidad. No se si se entiende. Creo que no. Me sentía tan "asi" que no sabría como transmitirlo en palabras. Me sentía frágil y fuerte a la vez. Me sentía en la nada. Porque era así, no tenía idea de nada. Eso si. Tenía los sentimientos haciéndome un piquete, revolucionados a flor de piel y pasados de rosca. Todo potenciado, por mil. Y mi mente no paraba.
Seguí con la selección de "cosas indispensables" por varias horas. Y cuando ya casi el desorden estaba un poco más organizado, es como si al unísono hubiese tomado la decisión. Decidí por fin, que ya era hora de bajar la guardia que venía arrastrando a duras penas en tantos aspectos de mi vida, hacia tanto. Coincidí conmigo por primera vez y, de una buena puta vez, que a partir del momento en que me subiera a ese viaje debía poner el cronometro de vivir en cero, y así, en cero, partir. No lo había pensado de esa forma hasta ese día. Quizás no debí empezar de cero tantas veces siempre en los mismos lugares. Porque quizás así siempre estaba llegando al mismo final.
El mate a esa altura ya se había lavado y yo estaba decidiendo si llevar más abrigo u otro par de zapatillas. Estaba decidiendo que llevar para siempre y que dejar, para siempre también. Y por eso ese día no fue un domingo más.
Y entonces así fue. Simplemente algún día iba a pasar. Algún día me tenia que animar. Algún día tenía que volar. Algún día, el "algún día" tenía que llegar. Mariconeaba feliz de saber que mi punto de inflexión estaba a punto de pasar. De pasarme.
Después de un fin de semana desbordado de gente hermosa que me bendecía para mi nuevo emprendimiento de vida. Después de llorar y reírme exageradamente muchísimo. Después de tener cagazo y ganas al mismo tiempo. Ahí estaba yo, armando esa mochila. Eligiendo llevar solo lo que no me pesaba.
El reloj marcaba las doce ya. Ya? Ya era el día.
La mochila estaba casi lista. Yo estaba lista, solo faltaban algunos detalles. Y con el corazón lleno de todo, y vacío de nada, sabía que me estaba dando el mejor regalo que me podía dar, la libertad.

Voy por un sueño! Todo…todo por delante! Ya ahí voy!
Gracias y hasta la vista!

Cin***

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